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miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cómo enredarlo todo


Antonio Cova Maduro //
Quién que no lo haga por su valor histórico podrá recordar hoy la semana siguiente al 3 de diciembre del 2006? Aquellos días fueron de euforia chavista y de un silencio herido del vasto mundo que dentro y fuera del país (¿desconoceríamos la gran importancia que va tomando la creciente diáspora venezolana?) desespera de ver la hora en que, por fin, concluya la agónica pesadilla que padece Venezuela.

Aquél fue un momento de gloria oficialista, que hoy nos cuesta imaginar que algún día se vivió. Y todo -o la mayor parte, si hemos de ser justos- ha sido por culpa del Ungido. El, él solito, como el Chacumbele que tanto nos recuerda Petkoff, ha ido cavando el hoyo en que hoy se encuentra y labrándose, con esmero, su propia lápida. Es realmente singular su esfuerzo y fascinante contemplarlo.

La primera palada -¿quién no la recuerda?- fue la asombrosa afirmación de que "el pueblo venezolano había votado, abrumadoramente, por el socialismo", que a todos cayó como un balde de agua fría. Consternados se vieron las caras en un espejo y se preguntaron ¿Nosotros? ¿Cuándo?

Ellos, los que le escogieron una vez más, lo habían hecho por las becas, el chorro misionero (jamás misionero alguno en la era cristiana se había visto tan recompensado en esta vida), la olla alimentaria, la pospuesta vivienda digna. En fin, por lo material. Cero "materialismo dialéctico"; más bien: puro "materialismo monetario".

Pero el hombre -que sólo se ve a sí mismo, que sólo entiende lo que quiere entender y oye lo que quiere oír- no entendió lo que sus caras le gritaban. Siguió tenaz en su obra de echar por tierra lo que acababa de ganar. Era como si una maldición de esas de las narraciones de la Grecia antigua le empujara a ello.

Una pifia peor le quedaba por acometer: la amenaza a Radio Caracas Televisión. Impertérrito, la materializó en el fatídico 27 mayo, que quedará para la historia como su día fatídico. Ese día hirió a muchos de los suyos y provocó una conmoción que, a todas luces, era innecesaria. Todavía recuerdo cuando, atendiendo a mi obligación de sociólogo, me acerqué, pasadas las 10 pm, a su sede. Allí, decenas de personas lloraban como si un ser muy querido estuviese agonizando sin remedio.

Ese día marcó su primera gran derrota: tuvo que aceptar que RCTV permaneciese en el cable y vio -imagino que con horror- cómo la ladrona sustituta, desplegaba su fastidio y su incompetencia, un día sí y otro también. El rating de la TVes es ¡de funeraria!, mientras el mundo que tanto aprecia la libertad de expresión, ya lo ubicó entre sus peores enemigos. Todo un logro.

Por esos días, cual persistente Frankestein, aparecieron, para no abandonarle más, quienes serían su peor pesadilla: los estudiantes. A diferencia de sus madres, ni se cansan, ni se conforman con una que otra marcha y una esperanza siempre pospuesta, siempre marchita. Llegaron, como se dice, para quedarse. Y cuando se fueron de vacaciones, fue para ahorrar energías y recuperar fuerzas. ¿O no?

Y como "al mojado, échale agua", uno de esos darling stars, que tan fulminante riqueza han logrado con el proceso, fue atrapado con la bicoca de 800 mil dólares, sin otro "respaldo" que su color verde; y en una aduana argentina, al bajarse de un avión de Pdvsa, que "ahora es del pueblo". Digo, la empresa, no el avión.

En ese momento ¡cayó en la trampa del trapo rojo! ¿Fue intencional? Y, de serlo, ¿qué fue lo intencional? ¿Desviar la atención, o meter rápido "su" reforma constitucional? Y lo peor fue la ayudita que le proporcionó la Asamblea Nacional: el contrabando de muchos artículos más. Ni que los estudiantes le hubiesen suplicado una causa para sus luchas. Se las brindó en bandeja de plata.

En esas andaba cuando llegó como una tromba a la reunión de Santiago, y recibió el regaño real que le ardió en el alma. Otro fracaso en Arabia Saudí y el derrumbe de un acuerdo que por su torpeza, hoy yace en ruinas. Desde entonces su ira verbal no ha dejado títere con gorra: los traidores de adentro, los evangélicos, los obispos y ahora el tremedal colombiano. Cayó en la trampa de sus aliados, que le querían utilizar para un bis pastranero; y terminó encontrando la horma de su zapato.

A la corona que tanto aspira, ¡sólo le faltan las espinas! Ésas no serán otras que una asombrosa abstención entre los suyos -a quienes cuesta mucho tragarse esta reforma, inquietante y extemporánea- junto a una asombrosa concurrencia a sufragar por el NO de quienes hasta ayer abominaban de ir a votar.

La mesa está servida.

antave38@yahoo.com

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