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domingo, 16 de diciembre de 2007

El sueño cubano a bordo de una balsa


Frank López Ballesteros. EL UNIVERSAL

Cuando llegó a la adolescencia, Yorgen García descubrió el verdadero sentido de la revolución cubana. A los 14 años fue enviado a Pinar del Río a realizar entrenamientos "juveniles" para adiestrarlo ante una posible invasión estadounidense en las postrimerías de la Guerra Fría.

Recuerda que le dijo a su madre que no deseaba ir hasta allá porque "quería jugar pelota con sus amigos" y salir a bailar.

Por las venas de Yorgen nunca corrieron los ideales revolucionarios de Fidel Castro. Cuenta que cuando conoció "de lejos" al comandante -tras una visita a un colegio de La Habana- un temblor sacudió su cuerpo y su mirada se centró en él, mientras la repulsión lo envolvió.

Su familia era privilegiada dentro del círculo político cubano: su padre fue un alto funcionario del régimen; su madre construyó una posada para extranjeros y la familia paterna había logrado exiliarse desde 1964 en Estados Unidos.

La historia de Yorgen, su padre y varias familias amigas dio un giro radical el pasado 24 de noviembre cuando decidieron echar su vida "a la suerte y a Dios" y tomar una balsa para llegar a las costa estadounidenses.

"Había que hacerlo; no sabes lo felices que estamos ahora. ¡Cómo reímos cuando llegamos! Tocamos la arena, no las echábamos encima, respiramos, volvimos de nuevo a la vida. ¡Ya sabemos qué sintió Colón...", cuenta desde Miami con voz trémula y lleno de incredulidad.

Para Yorgen y los suyos no había audacia que se convirtiera en terror y no presintiese la proximidad del fin si se hubieran quedado un día más en Cuba.

En 1998 se convirtió en uno de los 11.200 cubanos que, junto a su esposa, se atrevieron a firmar el Proyecto Varela, la iniciativa promovida por el líder opositor Oswaldo Payá Sardiñas para exigir reformas en el sistema político de la isla.

Por tal osadía fue despedido de su trabajo como barman en un hotel de lujo de La Habana y fue desterrado a los viejos oficios mal pagados del sistema: "Por un mes de trabajo querían darme cuatro dólares".

Desde que fue despedido, apenas sobrevivía con la ayuda de sus padres, algunos dólares que de vez en cuando le llegaban desde Miami y las propinas que los turistas le dejaban al final de la noche tras servirles de guía por la jungla de concreto derruido que es La Habana.

Se inscribió en el programa de refugiados que EEUU mantiene para los cubanos, pero la ola humana que busca salir del país no le daba mucha esperanza.

Ante el desespero por la falta de trabajo y su rebeldía innata a aceptar el castrismo decidió con sus amigos buscar la forma de abandonar la isla.

"El problema es que entre nosotros nos teníamos miedo porque no se sabía quién podía ir de soplón a la seguridad del Estado y acusarnos de contrarrevolucionarios y gusanos": la vieja estigmatización que por años aplicó Fidel a quienes traicionaban los ideales del sistema.

A principios de noviembre recibió una boleta de citación de la policía para que se presentara en el cuartel el 28 de noviembre. "Me iban a aplicar la ley del peligro: tres años de prisión sin libertad porque no trabajo y por ello me consideran una escoria para el sistema",

Desde julio de este año los pensamientos de Yorgen giraban en torno a una balsa, un motor, una bidón de agua y un par de zapatos: "Todas las noches le daba vuelta a la idea, pero no podía decir nada, estaba ahogado".

Entre reuniones secretas y frases clave para no develar lo que estaba haciéndose común entro un grupo de amigos, finalmente el 20 de noviembre Yorgen recibió la noticia que por años esperaba oír.

"El 24 sale un bote. Ocho de la noche. El punto lo decimos luego, si no te vienes, te friegas. Reza que todo salga bien. Será ahora o nunca, luego te digo", le contó tembloroso un vecino a quien conocía desde hace 15 años. "Nunca imaginé que él estaba preparando algo " agrega.

Turbadas por la noticia, su esposa y su hija lo abrazan: "Hazlo, hazlo ya, no importa, pero tienes que hacerlo", le dice su familia con ojos sollozos.

Decidido a tomar el riesgo, Yorgen se reúne con el grupo de 11 personas que planeaban salir de Cuba con la balsa. El requisito eran 2.000 dólares para completar la construcción y la prudencia ante lo que se venía.

"Cuando le conté a mi papá que me iba en balsa me dijo que también se vendría conmigo, que no me dejaría solo. Él tenía un dinero guardado y enseguida lo aceptaron".

De 62 años de edad, su padre era testigo de las glorias y la decadencia de la Revolución Cubana y como el sistema se había corrompido con el exceso de poder y las injusticias.
La ingeniería de los balseros

Con once botes construidos por sus propias manos y en el ostracismo, con su título de ingeniero naval, Rigoberto Méndez López conocía el entramado mundo de los balseros cubanos. Había dedicado parte de sus 54 años a vender naves para quienes decidían echarse al mar.

"Al final se hartó e hizo la suya propia", asegura Yorgen.

Los dos motores los consiguieron de contrabando en la Marina Hemingway de Cuba.

"Si nos pillaba la guardia nos daban 10 años de cárcel en la prisión de Villa Marista".

Ya desde julio el grupo estaba reuniendo las piezas necesarias para construir la embarcación: madera, gomaespuma, clavos, hierro y lomas de plástico negro. Durante ese tiempo ocultaron el armazón en una casa de La Habana pagando para que no los delataran.

"Eso era lo más difícil, pagar para que no nos echaran a la policía, si eso funcionaba, nada iba a salir mal. El mayor problema es la envidia entre los cubanos que creen en el sistema pero quieren salir como sea", agrega.

Una semana antes de la partida todos se reunieron en una casa para "imaginar" lo que harían si fracasaban.

"Todos éramos familia. El nieto con su abuelo. El padre con su hijo, el tío con el sobrino y los hermanos con los hermanos, eso era lo más reconfortante por lo que nos sentimos confiados y nos pensamos en la muerte".

La noche del 24 de noviembre, a las 5:45 de la tarde un camión pasó por ellos. Recogió la embarcación y los cubrió con una lona negra. Quien conducía -dice Yorgen- "rezaba tanto que nos tenía nervioso".

A las 8:12 de la noche llegaron a Santa Cruz del Norte. Con dos motores Suzuki de 30 caballos de fuerza, un GPS y una fuerte marejada "el camión lo metimos marcha atrás y el bote cayó al agua".

En ese instante, a sus 65 años, Rolando Ocampo Gómez tuvo que demostrar lo que su oficio de patrón de barco le había dejado tras conducir los yates de los millonarios que arribaban a los puertos cubanos antes del triunfo de la Revolución.

Con trece hombres a bordo, el menor de ellos de apenas 20 años de edad, dos bidones de agua, bolsas con papeles y fotos, el reloj marcó las 8:45 pm.

Esa noche los servicios de guardacostas de Cuba y Estados Unidos decidieron suspender las labores de inspección por el mal tiempo en la zona.

Relata este cubano que en ese momento se unió "una baja tropical con una hondonada y ya no había tiempo de echar para atrás, estaba todo en tinieblas, oscuro era poco, pero salimos".

La travesía desde Cuba hasta cayo Marquesa, una isla desierta estadounidense en cayo Hueso, estaba prevista para ocho horas. Duró quince. Con una fuerte marejada y olas de hasta seis metros, el 25 de noviembre a las 11:25 am, las 135 millas recorridas llevaron a los trece balseros cubanos a pisar tierra.

"Allí nadie comió. Los papeles los tuvimos que echar al mar, los bidones de agua, ¡todo! Porque las olas eran enormes. El más joven comenzó a llorar, se calmó, se echó a reír y luego hubo mucho silencio, creo que eso era felicidad porque estábamos todos bien".

Dice Yorgen con emoción que en ese instante "besamos el bote, gritábamos, nos agarramos de las manos, ¡eso fue grande mi hermano! Los guardacostas llegaron a las 4:45 de la tarde y nos llevaron a Miami".

A través de la Ley de Ajuste Cubano, sancionada en 1966 , los trece hombres recibirán el estatus de inmigrantes legales en Estados Unidos. Trabajarán por un año en servicios sociales para optar por la residencia y reclamar a sus familiares.

La esposa de Yorgen, su hija y su madre permanecerán en Cuba hasta el próximo año. Asegura que ya no siente miedo: "Lo mejor es que somos libres, y los que éramos amigos, ahora seremos familia".

frlopez@eluniversal.com

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