Nos mudamos, ahora estamos en www.elpoderdelciudadano.blogspot.com

Haz click aca para ir a nuestra nueva casa:

http://elpoderdelciudadano.blogspot.com/

domingo, 18 de noviembre de 2007

¡Viva el Rey!


Manuel Caballero // El Universal
Como toda España cuando abortó el golpe de Tejero, yo grito hoy también: "¡Viva el Rey!"
El 23 de febrero de 1981, el coronel Antonio Tejero (una especie de Chávez ibérico), vestido con el tricornio y el uniforme verde de la Guardia Civil, entró casi gritando: "¡Esto es un atraco!" en la sala donde sesionaban las Cortes: la recién conquistada democracia española estaba en grave peligro, y por muy ridículo y gangsteril que pudiese parecer Tejero, su conspiración reaccionaria tenía fuertes ramificaciones en el seno del ejército. Fue ese el momento -tal vez el único- en que la TV española se encadenó.

Apareció allí el joven Juan Carlos I, vestido con su uniforme de Capitán General, ordenando a su ejército enfrentar toda intentona golpista, lo que logró con esa sola aparición y sin derramar una gota de sangre. La multitud española, comenzando por los más rabiosos republicanos, se echó a la calle gritando: "¡Viva el Rey!". Un periódico francés, en una magistral caricatura, mostraba una multitud enarbolando carteles con esa frase: "¡Viva el Rey!".
Un pie de página

En el medio, más alto que todos, el rey Juan Carlos I enarbolaba también una pancarta. Sólo que la suya era la única que decía "¡Viva la democracia!". Más que mil horas de lectura y reflexión, ese acto me hizo comprender lo dicho por Jean-Jacques Rousseau en uno de los pie de página más esclarecedores de la historia de las ideas: "Llamo republicano a todo gobierno regido por leyes. Es así como una monarquía puede ser republicana".

El incidente de Santiago de Chile no difiere sustancialmente de lo ocurrido aquel 23 de febrero: el Rey se enfrentó a la grosería de un chafarote, y lo puso en su lugar. Describamos un poco la situación. Chávez comenzó su intervención con su fanfarronería característica diciendo que si él hubiese estado en La Moneda cuando el derrocamiento de Allende, con su fusil se habría lanzado a la batalla, dispuesto con su arrojo bien conocido a derramar hasta la última gota de lo mismo que derramó en la heroica batalla del Museo Militar. No saben los chilenos de la que se salvaron: ¡Todavía estarían tratando de lavar el Palacio de aquella pestilencia!
Callar a un azote de barrio

El Rey no interrumpió la perorata de nuestro héroe. Sencillamente, como este se empeñaba en interrumpir la intervención de Rodríguez Zapatero, Don Juan Carlos se limitó a reclamarle excedido por qué no se callaba. No era el Rey dirigiéndose a un vasallo, sino un señor bien educado hablándole a un azote de barrio. Una sola cosa le criticaría al Rey ; no haber aprovechado que ya la "eñe" fue aceptada en las computadoras para rematar su frase con la más española de todas las interjecciones, la misma que si hemos de creer a Miguel Otero Silva, hizo que por espetarla botaran del Cielo al también más español de todos los santos, San Blas de Logroño.

Era además absolutamente necesario que el Rey procediera como procedió, para corregir una falta de información de Rodríguez Zapatero, quien trataba de decirle a nuestro deslenguado gamberro que lo cortés no quita lo valiente, ignorando que no habiendo sido nunca lo segundo, no tenía ninguna obligación de comportarse como lo primero.

Como sea, debo agradecerle a Don Juan Carlos haberme permitido corregir una frustración que llevo desde hace un cuarto de siglo. Porque no pude satisfacer mis deseos de estar entonces en España. Como para todos los antifascistas del mundo, para mí fue frustrante no haber estado aquellos días allí, para gritar con todo el aire de mis pulmones como lo estoy haciendo ahora: "¡Viva el Rey!".
Luis Herrera Campins

Detesto los elogios fúnebres, la alabanza de circunstancia de un difunto. Ahora que ha muerto Luis Herrera Campins quisiera tan sólo relatar un episodio de nuestra poco frecuente relación. Estuvimos presos juntos en 1952, en aquella Cárcel Modelo donde los más jóvenes lo invitábamos a darnos algunas charlas sobre historia política de Venezuela. Nunca nos vimos en el exilio, y a nuestro regreso a Venezuela, tampoco nos vimos mucho, él uno de los más destacados jefes socialcristianos, yo un militante comunista con el sarampión a flor de piel.
Con Manuel Quijada

Luego de su derrota en el Radio City, acepté una sugerencia de Manuel Quijada y lo fuimos a visitar a "La Herrereña". En una pequeña sala sin ostentación hablamos, mucho, de la situación venezolana. De vez en cuando, una graciosa señorita a quien Luis llamaba "mi secretaria", nos traía algunos trozos de queso y de jamón. No recuerdo su nombre: sólo que tenía siete años.

Pasaron los años, Luis fue presidente y a su salida de Miraflores se desató la habitual campaña que en un país tan cainita como el nuestro, deben sufrir los caídos, árboles de los cuales todo el mundo quiere hacer leña. Asqueados, Jesús Sanoja Hernández y yo decidimos visitarlo: eran dos duros adversarios suyos que nunca habían intentado visitarlo en Miraflores, que veníamos a manifestarle nuestra solidaridad. Nos encontramos con el mismo escenario de dos lustros antes: la misma salita sin ostentación en "La Herrereña", los mismos -pocos- tragos y la misma -mucha, muchísima- angustia por el país.

Una sola cosa había cambiado: quien nos traía de vez en cuando los trocitos de queso y las lonjas de jamón era de la misma graciosa señorita que acaso ahora sí era de verdad la secretaria de su padre, pero ya no tenía siete años, sino veinte o algo así.

¿Cuántos presidentes en la historia de Venezuela pueden ostentar semejante condecoración de pobreza después de haber gobernado uno de los países más rico del mundo? Muy pocos, y en todo caso, casi ninguno militar.

hemeze@cantv.ne

No hay comentarios.: