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domingo, 5 de agosto de 2007

¿Hampa perpetua?


Manuel Caballero //
La presidencia vitalicia significa el dominio del hampa para siempre
En los últimos años de la República Civil, el hampa comenzó a hacer de las suyas y el de la inseguridad se volvió el tema central de todas las conversaciones. Aún sin conocerla, la gente hacía suya la receta de Woody Allen para lograr la salvación: amar a Dios por sobre todas las cosas, amar al prójimo como a sí mismo, y llegar a casa antes de las seis de la tarde. Y el remate era casi siempre el mismo, en el hombre de la calle y también en buena parte del liderazgo social: "¡aquí lo que hace falta es una cachucha!".
Para mí, más que la irresponsable demagogia del teniente coronel, lo que llevó a buena parte del electorado (cuidado si no la mayoría) a votar por él no fueron sus escasísimas ideas, ni la desilusión, rabia, frustración hartura de los dirigentes políticos. En general nadie veía su cara, mucho menos lo escuchaba: lo que les atraía era su uniforme. En dos platos, querían una dictadura.
Supuestos sinónimos perfectos
Y la querían por una sola cosa: porque se les había hecho creer que tiranía y orden, dictadura y seguridad eran sinónimos perfectos. No faltaba la viejecita desdentada, que añoraba esos veinte años que a todo el mundo se le antojan mejores, sin várices, sin arrugas, sin hemorroides sin colesterol, sin triglicéridos ni tensión alta. Pero eso no se evocaba, sino un país sin hampones, donde se podía dormir con las puertas de la casa abiertas. Que eso fuese falso, no importaba: es como la historia de lo que en la Edad Media se llegó a llamar en Europa "los reyes taumaturgos". Se creía que si un rey tocaba la cabeza de un niño, lo curaba de su escrofulosis, una dolencia común en la época. Nunca en verdad, llegó un rey a curar un solo niño, pero lo fundamental era que la gente lo creía, y los seguía creyendo durante siglos, poco importaba que la realidad desmintiera la creencia. En aquel entonces no era nada fácil comprobar cuando un rey mentía, nada fácil derrotar la credulidad. Pero hoy ya es imposible tapar el sol con un dedo
Nunca en la historia
Ya van para nueve años de haber sentado en la Silla a quien iba a dispensarnos seguridad, a acabar con el hampa, y nunca en la historia de la Venezuela urbana habían sido las nuestras unas ciudades tan inseguras. Ya dejamos de ser el país que todo el mundo envidiaba por tener las mujeres más bellas del mundo, que ganaban todos los concursos de belleza, y en cambio, nos hemos subido al podio de un triste campeonato: la de ser calificada como la ciudad más violenta del mundo. Ya no lo es la Chicago de Al Capone, ni la Medellín de Pablo Escobar Gaviria, y ni siquiera la Sao Paulo o Río de Janeiro donde el hampa gobierna grandes segmentos de la ciudad y puede desatar el terror durante semanas haciendo temblar a la sociedad entera. Ya no es ni siquiera Bagdad o Kabul, ciudades en plena guerra. No: es esa Caracas que algunos ilusos pensaron que sería pacificada por el Héroe del Museo Militar.
Ahora bien, ya lo hemos dicho y repetido aquí mismo, no se trata de ineficiencia, de incapacidad, de corrupción, de simple indolencia (aunque también).
Un hombre, un fusil
No: se trata de una política deliberada de quien aspira a mandar en un país sin instituciones, a mandar sobre el caos. Pero no cualquier caos: como él mismo lo dijo, quiere que cada venezolano posea un fusil.
Sobre esto se pueden decir algunas cosas. La primera es que la pregunta inmediata que uno se puede hacer es la de cuáles manos van a manejar esos fusiles. Eso no se aprende de la noche a la mañana y no es cosa de apretar simplemente el gatillo. Se supone un entrenamiento que por muy corto que sea no será cosa de horas, ni siquiera de días. Recuérdese que esas armas suelen ser complicadas, sin contar que las instrucciones vienen en ruso. Como en todo aprendizaje, hay gente más aventajada, que saca su curso en menor tiempo que los demás. Son por lo general gente que ha tenido entrenamiento previo en casa, por unos parientes preocupados y diligentes que les han pagado profesores particulares y quienes se han quemado las pestañas preparándose para el curso mientras el grueso de sus compañeros se las echaban al hombro (hablo de las Kalashnikov, por supuesto).
Los adelantados
Y aquí viene la otra pregunta, que es más bien una respuesta a lo anterior: en materia de armas, ¿quiénes son los más adelantados entre los felices poseedores de esos democráticos fusiles? Los hampones, por supuesto: ellos le llevarían una morena a sus conciudadanos. ¿Y a qué se van a dedicar? ¿A salvar a la patria? Es posible, pero primero tiene que practicar, o mejor, calentar ese brazo que ya estaba acondicionado para el asunto. Dicho de otra manera, que ya no sólo de noche, sino incluso antes de las seis de la tarde, nadie se atrevería a andar por la calle y mucho menos con un par de zapatos nuevos.
Bueno, pero eso no va a durar toda la vida, entre otras cosas porque ya no habrá más zapatos, ni tampoco mucha vida. Ahí nos equivocamos, porque todo este alboroto sobre una supuesta reforma constitucional, sólo tiene un objetivo, y uno solo: la presidencia vitalicia. Porque todo ese esfuerzo no se va a hacer para luego permitir que la sociedad reconstituya unas instituciones, se aplaque y se ordene y pueda imponerle algún día que doble la ración de litio político.
De modo que quienes estén pensando en votar por la presidencia vitalicia y hereditaria que garantice un milenio de paz, que se vayan bajando de esa nube: lo que nos puede esperar si eso se da, es la inseguridad perpetua, el hampa tan vitalicia como esa presidencia.
hemeze@cantv.net
Fuente El Universal

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