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lunes, 9 de julio de 2007

Chávez en crisis


Lenin se lo advirtió a Chávez hace más de 100 años: el extremismo es la enfermedad infantil del comunismo. En estas últimas semanas, la política internacional del régimen, no por culpa del imperio ni de la oligarquía golpista, sino porque Chávez se olvidó repentinamente de esta advertencia de su añorado maestro, ha sufrido derrotas que hieren de muerte a su proyecto expansionista. Dentro del país ha ocurrido otro tanto. Mientras Chávez supo regular la marcha del proceso bolivariano según la prudente táctica leninista, pudo aplastar las más diversas formas de resistencia a sus pretensiones hegemónicas, y al mismo tiempo impulsó el proyecto revolucionario hasta su consolidación el 3 de diciembre. Cegado, sin embargo, por esta victoria decisiva, Chávez perdió ese día el rumbo.

Su primer error fue prescindir de José Vicente Rangel. Creyó que ya no lo necesitaba. Sin duda, algunas de las posiciones de su vicepresidente no le resultaban cómodas, porque precisamente lo habían ayudado a no caer en la tentación infantil del extremismo. Pero pasar de sus manos a las de Jorge Rodríguez fue como dar un salto suicida en el vacío. La disolución de los partidos aliados, la Presidencia vitalicia y la partidización de la Fuerza Armada Nacional con la finalidad de que algún día se conviertan en el verdadero partido de la revolución venezolana fracturaron, sin necesidad y prematuramente, la unidad interna de sus partidarios.

Ahora, sin el apoyo unánime de sus aliados, todo lo oportunistas que se quiera, pero aliados al fin y al cabo, mucho trabajo va a costarle a Chávez neutralizar la inestabilidad interna por las buenas. No podrá con la propia, cuya más inquietante expresión ha sido la del pueblo de Vargas durante la frustrada reinauguración del tránsito por la autopista Caracas-La Guaira, y que pronto puede complicarse con la rebelión de la provincia, donde la amenaza presidencial de sustituir las juntas parroquiales, los consejos municipales y hasta las gobernaciones con consejos comunales, en vertiginoso proceso de militarización, y con el nombramiento de vicepresidentes regionales, tal como contempla su proyecto de nueva Constitución, le presenta a los poderes públicos descentralizados el dilema agónico de resignarse a morir calladamente o rebelarse.

Pero si mucho le costará a Chávez controlar estas reacciones de su gente, agravadas por la incompetencia administrativa, la corrupción sin freno y la impaciencia de una población harta de escuchar cada día las promesas no cumplidas ayer, mucho más le costará meter en cintura a una nueva oposición, generada por la torpe decisión presidencial de sacar del aire a Radio Caracas Televisón, y cuya principal y potencialmente explosiva significación ha sido por ahora reivindicar el derecho constitucional de los ciudadanos a reclamar sus derechos civiles sin necesidad de pedirle permiso a nadie. Los efectos devastadores de esta imprevista vuelta de tuerca de la contestación estudiantil se puso en evidencia el 27 de junio. Más allá del ridículo de Pedro Carreño por hacerle caso a su jefe y prohibir la marcha con la excusa de la Copa América, quedó claro para el régimen que muchos son ya los venezolanos resueltos a desobedecer las órdenes del comandante en jefe. Un non serviam que pone en entredicho la autoridad del régimen, un serio peligro para su expectativa de llegar a la revolución socialista sin despojarse del disfraz democrático.

Ahora, si en realidad quiere alcanzar esa meta, Chávez tendrá que asumir abiertamente la dictadura. Triple salto mortal desesperado que limita aun más sus espacios para la maniobra. Especialmente si tenemos en cuenta que las declaraciones del general Müller Rojas meten el dedo hasta el fondo de la llaga militar.

Esta frustración en las alturas del poder provocó las desproporcionadas rabietas públicas de Jorge Rodríguez, Luisa Estela Morales y Nicolás Maduro contra Baltasar Garzón, fue la causa de las intimidaciones feroces de Chávez a su regreso a Venezuela y quizá también haya sido el motivo de su extraño silencio posterior. ¿Una pausa en el camino para coger mínimo y luego rectificar alguno de sus más recientes disparates? Lo dudo. Más bien pienso que está tomando impulso para iniciar un feroz contraataque revolucionario después de que se apaguen los focos de la Copa América. Una última observación: sin la guía de Lenin, la crisis puede resultarle a Chávez muy mala consejera.
Armando Duran
El Nacional

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