Arremetida con RCTV
Editorial El Nacional
Si alguien tenía alguna duda sobre el enseñamiento oficial contra Radio Caracas Televisión, ya es hora de que despierte de su sueño. Ayer, para despejar cualquier tipo de sombras y embargar algún asomo de esperanza, el Gobierno reiteró que su propósito fundamental es evitar que el canal de Bárcenas siga trasmitiendo sus programas, incluso ahora como señal internacional vía satélite. Que esta sea una bandera fundamental de la revolución bolivariana, nos dice mucho sobre la esencia autoritaria que la mueve y la conduce en sus relaciones con la sociedad.
De lo que sí podemos estar seguros es que estamos ante un hecho que no tiene precedentes, ni siquiera cuando en la cuarta república algunos mandatarios se trenzaron en una pelea absurda contra los medios radio televisivos, y con la prensa escrita. Hoy nos despertamos con la sensación de que una locura obsesiva se ha adueñado de los jefes militares del país, y que al estilo de las viejas dictaduras sureñas necesitan imponerle a los venezolanos no sólo una visión del mundo, sino una sola televisión.
Sobre este último punto, se nota que no han logrado hacer flotar el canal oficial que debería sustituir en la preferencia de los televidentes a RCTV y, ante tal fracaso, ahora hacen ruido para ocultar que la propuesta televisiva “revolucionaria” no llega a nadie, ni por las buenas ni por las malas. No quieren entender que en los regímenes militares de izquierda o de derecha surgidos en América Latina, la televisión decretada desde la Presidencia (para que haga loas y esparza incienso ante el jefe supremo) siempre carece de audiencia, y cuando logra alguna es porque son fanáticos del régimen.
Se trata, pues, de un esfuerzo inútil, de una indolencia intelectual que no puede ser calificada sino de pérdida de tiempo y de engaño al país. Las mediciones de audiencia son implacables y ese 4% o quizás 6% en algunas ocasiones, es risible en relación con el monto de lo invertido en programas invisibles. Una “televisión soberana” no puede levantar entusiasmo en un público que, como en el resto de los países del mundo, desea separarse de la dura realidad, de la escasez de alimentos, de la inflación y de la inseguridad que reina todas las noches en el barrio.
Que en Venezuela el Gobierno se empeñe en amargarle la cena a los militantes bolivarianos, es parte de la ignorancia que los militares tienen de lo que es el mundo civil, más sosegado y apacible, menos rígido y escaso de gente mandona, a quienes hay que obedecer y escuchar, incluso en los momentos más íntimos de la noche. No nos extrañe que baje la tasa de natalidad porque nadie se “entusiasma” en el lecho con esos kilométricos discursos del jefe único.
Pero lo que debemos reclamar como ciudadanos es nuestro derecho de tener una vida privada, en la cual las escogencias para nuestro tiempo libre no estén controladas ni política ni militarmente, sino que formen parte de un menú amplio, dentro del cual la televisión no esté controlada como si viviéramos en Fuerte Tiuna.
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