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domingo, 23 de diciembre de 2007

La confesion de Antonini ( el hombre del maletin)


Tenía la cara al rojo y transpiraba como un cortador de caña. Alex Antonini Wilson sabía que se había salvado por muy poco de la cárcel y que lo habían dejado solo. Sus amigos de toda la vida y socios, Franky Durán y Carlos Kauffman no eran ya confiables.
Pensó en su hermana. La hermana mayor que lo había salvado tantas veces: Carolina Colin-Antonini una ex jueza del estado de Georgia. Pero cuando terminó esa larga llamada con Carolina estaba más preocupado que nunca. Ella le aconsejó llamar de inmediato al FBI. Esa mañana del 8 de agosto del 2007, había regresado a Miami después de tomar un vuelo desde Montevideo. Cuatro días antes lo habían agarrado con una valija de doble fondo con 790.550 dólares en Aeroparque.
Pensó que nada sucedería cuando se vio al día siguiente en un salón de la Casa Rosada compartiendo un cóctel, pero su ilusión se desvaneció. Se fue a Montevideo como lo había hecho ya muchas veces. Los negocios estaban a una y otra orilla del Río de la Plata. Sus 160 kilos comenzaron a pesarle más que nunca.
Carolina, su hermana, es una cristiana profundamente religiosa que desaprueba sus negocios con el régimen de Chávez y que oficia desde siempre como la voz de la conciencia de Alex. Llegó a EE.UU. a los 19 años para vivir con su madre, Beverly Wilson, una maestra estadounidense que había conocido a Guido Antonini, un venezolano de origen italiano, y se había ido a vivir con él al pueblo de La Victoria, en Aragua, donde la familia tenía la fábrica de adhesivos El Polo. Cinco años más tarde se graduó de abogada en Georgia State University con la especialidad en Inmigración y comenzó a trabajar en el servicio de la Catholic Social Services. Protegía a los inmigrantes con amenaza de deportación y su carta de defensa eran las iglesias que le daban refugio a la gente para que no fueran expulsadas. Poco después se asoció al bufete de Cohen & Associated y comenzó a enseñar en la misma universidad donde se graduó, hasta que empezó a tener exposición mediática al ser la defensora de varias celebridades con problemas de migración. Se la podía ver en la CNN cada dos por tres.
Eso la ayudó para convertirse en el 2001 en la primera mujer jueza de Georgia. Un puesto que dejó hace dos años para abrir su propio estudio en el 600 del West Peachtree St., la calle que es la columna vertebral del centro de Atlanta. Allí está parapetada desde que comenzó “el escándalo de la valija” . Es ella quien definió la estrategia legal de su hermano y quien le recomendó a la abogada, Theresa Van Vliet, de Genoveses, Joblove & Battista de Miami, especialista en temas de extradición.
“Soy una simple abogada de derechos humanos y nunca aceptaría representar a nadie en asuntos de extradición. Está por fuera de mi especialidad” fue la explicación de Carolina al diario local Atlanta Latino. Y agregó que más allá del “amor incondicional y apoyo a mi hermano y nuestra completa credibilidad en él, su carácter y su inocencia, no puedo entregarle más información”.
Alex aceptó la recomendación de su hermana y se presentó junto a su abogada ante el agente especial del FBI Michael Lasiewicki. Apenas dos semanas más tarde, el 23 de agosto, ya estaba “todo cableado” con los micrófonos para grabar la conversación con sus amigos de toda la vida y socios, Franky Durán y Carlos Kauffman, quienes llegaron acompañados del abogado venezolano Moisés Maionica que le venía a hacer una oferta de parte de “altas autoridades” venezolanas. Si se hacía cargo de los 800.000 dólares que había intentado entrar en forma clandestina a la Argentina y no mencionaba el origen de los fondos, la empresa estatal de petróleos venezolana PDVESA se haría cargo de todos los gastos que los trámites podrían causarle y lo recompensarían con u$s 2 millones.
Carolina apoyó cada paso de su hermano mientras cuida de que su anciano padre Guido, que vive con ella en Atlanta, no se entere de los pormenores de la trama en la que está metido el hijo.

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