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sábado, 17 de noviembre de 2007

Venezuela, la maldición del oro negro


Análisis. La Voz de Galicia
Pedro Arias
Venezuela tenía todos los dones de la naturaleza para ser un paraíso; país de grandes dimensiones, casi dos veces mayor que España, pero solo poco más que la mitad de nuestra población. Con tan baja densidad, clima tropical y ubicación privilegiada, difícil sería echarla a perder, más pocas han sido sus etapas en progreso y libertad. Ya en el siglo XX no fue hasta los años treinta cuando se intentó asentar una democracia estable, con López Contreras y Medina Angarita, ambos militares, lo que indica la fragilidad de su posibilismo. Tras la Segunda Guerra Mundial se sumó al nacionalismo económico aumentando la participación estatal en el sector petrolífero. Pero el dirigismo e intervencionismo políticos en la economía continuó con sus crónicos estragos.
Los ilustrados como Arturo Úslar Petri querían que los fondos del crudo sirvieran como siembra general de riqueza, pero en su utilización por los grupos de interésacababan haciendo de Venezuela «un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia momentánea y corruptora, y abocado a una catástrofe inminente e inevitable». Una anticipación profética. El país se vio permanentemente expuesto a la monodependencia petrolífera, su economía oscilando según los ciclos de precios mundiales y sus Gobiernos cambiando o ajustando la demagogia populista a los movimientos erráticos de las divisas exteriores.
En los tiempos de auge, Venezuela se convirtió en un país de inmigrantes, adonde fueron españoles, portugueses, eslavos, judíos, cubanos y alemanes; también muchos latinoamericanos del entorno. En las épocas de recesión, el país expulsaba población, antiguos inmigrantes y a nativos del país. Con la fuerza combinada de la escasez material y la involución política, convertidos según el argot popular en balseros del aire, una expresión que según Manuel Caballero alude a la condición de «seres de un país de exiliados forzosos, instalados en la añoranza de una Venezuela que no volverá y que nos dejó botados a las puertas de la historia».
La pesadilla actual
La llegada de Hugo Chávez fue un retorno al pasado, a la pesadilla acentuada por la ambición totalitaria de controlarlo todo en una época donde el azar situó al petróleo en niveles estratosféricos. Nunca hubo mayor afluencia de divisas como en esta época; el petróleo suministra ya la mitad del acrecentado presupuesto del Estado, es el sector que sostiene en la política de reparto selectivo de subvenciones a votantes afines y engrasa los pagos a la oligarquía cívico militar que sostiene al presidente. Es también la apoyatura financiera de la injerencia de Chávez en la política internacional, apoyando a Cuba, a las dictaduras populistas, a movimientos antiliberales y al integrismo socialista.
Venezuela produce casi el 4% del petróleo mundial, ocupa el séptimo lugar en el ránking de países exportadores y el octavo en el de nivel de reservas probadas. A 90 dólares el barril, las arcas a disposición de la oligarquía nunca se encontraron tan afluentes y con tal margen de maniobra. Hugo Chávez estima que puede ser un dictador perpetuo convalidado formalmente por las urnas, un Castro homologado democráticamente, sin sus penurias económicas, pero con semejante longevidad en el poder.
Su sistema de gobierno con dosis alternantes de compra de favores y coacción a los disidentes tiene su solidez, aunque no es invulnerable. Fuera de los circuitos estrictamente petroleros la economía no funciona bien, asfixiada por el intervencionismo y las rigideces. Los dualismos económicos y sociales se extienden como natural consecuencia del sistema. El país está en los últimos lugares internaciones por índices de desarrollo humano, en los primeros por índices de corrupción -según la agencia Transparency Internacional- y en los menores índices de libertad económica del Cato Institute.
Venezuela se mantiene como una coctelera a presión, sostenida por un sector que solo depende de la existencia del oro negro, de la naturaleza, de un factor no producido por el hombre, que siempre será fuente de las disputas por el reparto. A su lado poco más; están condenados mientras la libertad no permita la iniciativa extendida de la sociedad civil, el pluralismo económico y la apertura democrática. En el fondo siguen sufriendo la maldición del oro negro. Hoy con Hugo Chávez como jefe en escena y muro de contención contra las salidas de la libertad.

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