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domingo, 25 de noviembre de 2007

El tigre está herido y saca las garras ante la eventual derrota

Por Roberto Giusti
Diario El Universal

Ahora, cuando hasta el reticente encuestador Luis Vicente León aporta cifras que atribuyen al NO una ventaja de 10 puntos sobre el SÍ a la reforma constitucional, es cuando el comando chavista y sus estrategas resultan más temibles.

Colocados al borde de un descalabro fundamental, todavía no aceptan la palabra derrota y seguro apelarán a recursos antes superfluos para tratar de voltear la tortilla en el tiempo increíblemente corto de una semana.

A menos que la mayoría de las encuestas serias se equivoquen (todas siempre dieron a Chávez ganador en el 2004 y en el 2006) o se produzca una hecho fortuito que desvíe o frene una tendencia creciente, la derrota se le aparece al oficialismo como una posibilidad inminente.

En un lapso tan breve resulta imposible recomponer la estrategia (convertir el referendo en un plebiscito, personalizando las opciones) pero no poner en tensión todos los mecanismos que, en otros momentos, constituían un plus, un complemento prescindible, porque la victoria estaba asegurada de antemano: inundar los medios de publicidad, sacar máximo provecho al control que se ejerce sobre el CNE, organizar un gigantesco operativo de movilización nacional para hacer votar por el SÍ hasta a las piedras, exprimir la última gota de las dotes histriónicas de su baza fundamental, un agotado Hugo Chávez cuyo extenso repertorio luce tan repetitívo y fatigado como su propio semblante y disparar contra un enemigo cuya mayor cualidad y al mismo tiempo desventaja, es su incorporeidad. En este caso, sólo es posible otorgarle identidad al denominado "movimiento estudiantil" ("los hijitos de papá", según Chávez), un colectivo difuso y concreto a la vez, pero invulnerable a sus ataques por limpio de toda mancha o de pasado indeseable.

Así las cosas, la elaboración de escenarios negativos resulta impostergable: reconocer la derrota y aparecer ante el mundo como un régimen democrático a la espera de mejores tiempos; ganar a toda costa, aun por encima de la voluntad popular, lo cual implica un procedimiento fraudulento y el estallido de un conflicto; la suspensión de las votaciones, bien sea a través de una decisión del ejecutivo o, en todo caso, del TSJ.


¿Contamos votos o cañones?
Queda, por otra parte, la altermativa de que el control del CNE y la utilización de los recursos económicos y mediáticos, así como la movilización masiva de votantes, logre inclinar la balanza a favor del oficialismo y al final éste logre una victoria, in extremis, que le permita imponer la reforma con una precaria minoría.

Asistiríamos, entonces, a un acierto electoral de impacto mínimo frente a una mayoría opuesta a la reforma y eso sí es prácticamente irreversible: el SÍ sólo puede ganar si la densa mayoría opuesta a la reforma se niega a votar. De manera que Chávez deberá forzar cambios estructurales, de carácter político y social, en un país polarizado y en medio de una crisis de desabastecimiento y escasez.

También cabe la posibilidad, esta vez sí, de fraude ante una oposición incapaz de organizar y movilizar los cien mil testigos necesarios, en las 33 mil mesas dispuestas para la votación, que logren impedir la adulteración de resultados o de actas. En ese caso sería casi imposible demostrar el fraude y cualquier manifestación en contra de los resultados estaría privada de pruebas que demuestren la justeza de la protesta.

Jugando con fuego
Pero si se intenta desconocer la voluntad popular y la oposición lo demuestra luego del cotejo de votos físicos y electrónicos, se estaría jugando con fuego y las manifestaciones de calle serían irreprimibles. La polarización exacerbada llegaría a su clímax y sería la hora de contar cañones antes que votos. Así, con las cosas fuera de cauce, la resolución del dilema quedaría en manos de los militares y el final del drama sería imprevisiblemente violento.

¿Estaría Chávez dispuesto a llegar tan lejos y convertir el país en un campo de batalla? Eso sólo él y muy posiblemente Fidel Castro lo sepan, pero obviamente tiene otras salidas, que sí lo son, a su disposición: suspender la celebración del referendo o, en todo caso, postergarlo y hacerlo de manera que no luzca como el reconocimiento anticipado de una derrota o como una manera de evitarla.

La suspensión
La primera de esas opciones pasaría por la existencia de un clima de violencia que permita al gobierno decretar un estado de emergencia, suspender las garantías y alegar que no están dadas las condiciones para la celebración del referendo. Quizás por esa razón los dirigentes del movimiento estudiantil comprendieron que la marcha hacia Miraflores podía convertirse en el pretexto, que ni mandado a hacer, para que todo terninara en una suerte de repetición del 11A y por eso anunciaron la suspensión del acto. Medida inteligente porque si a alguien no le conviene la violencia es a la oposición. Así, Chávez, quien no ocultó su satisfacción al conocer la suspendida actividad, no tendrá ninguna justificación para, por mano propia, abortar la consumación de lo que tanto y tan rápido deseó tener.

Queda entonces la vía del TSJ, aun cuando las opciones se han reducido luego de la ristra de decisiones invalidando cualquier posibilidad de suspender o de posponer el proceso. No obstante quedan por resolver cinco de esas solicitudes introducidas ante la Sala Constitucional, una de las cuales, la de los estudiantes, señala la necesidad de diferir las votaciones hasta cuando los votantes dispongan de la información y del tiempo necesarios para tomar una decisión consciente y debidamente razonada. Falta ver si el presidente presionará en ese sentido al TSJ y si lo hace a tiempo.

Finalmente está el escenario en el cual muy pocos creen. Que gane el NO y Chávez, en cadena nacional, a las nueve de la noche del domingo, reconozca su derrota, resignado a gobernar sin su proyecto político. ¿Se lo imagina usted en ese papel?

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