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domingo, 11 de noviembre de 2007

El Rey en el patio de los malandros


Fernando Ónega. La Vanguardia
Todos los demonios se juntaron y se hicieron visibles ayer en Santiago de Chile. Primero, el demonio del populismo, que no sorprende a nadie porque es el estilo de los gobernantes de América. Quizá lo más novedoso es que ya no limitan su mensaje al ámbito de sus naciones, sino que llevan su discurso y sus agravios a los foros internacionales.
Segundo, el demonio de la intransigencia ilógica, que conduce a alguno de ellos a la fijación obsesiva en quienes no coinciden con su pensamiento, y así han decidido designar a Aznar su adversario, con calificaciones no sólo falsas e injustas sino impropias de quien las dice. El mensaje que envió el señor Chávez a Occidente es el de un totalitarismo incompatible con un entendimiento normal de la democracia.
Y tercero, el demonio del infantilismo. En algunos momentos, esa cumbre pareció un grupo de gamberros juveniles entretenidos en el juego del insulto y en la pedrada a unas empresas que han aportado uno de los pocos saltos hacia una economía moderna y hacia la creación de riqueza en esos países. ¿Qué hace España en ese grupo? Está claro que ahora se abre un periodo de reflexión política: no se puede mantener una relación normal con quien se dedica a insultar e injuriar a un ex presidente democrático, llámese como se llame.
Se abre un periodo de cautela económica: nuestras empresas deben replantear sus inversiones en unos lugares donde es dudosa la seguridad jurídica y empieza a ser inexistente la seguridad personal.
Se abre un periodo de análisis diplomático: ¿es de recibo que en ningún lugar del mundo España tenga tantos problemas como con sus países hermanos de sangre, cultura y lengua? No, no es de recibo.
El presidente Zapatero tiene que pasar el mal trago de que echen basura sobre una parte sustancial de su política exterior. La concibió como una política generosa y se le responde con ofensas.
Menos mal que el rey Juan Carlos estaba allí. Y representó todo esto: la indignación de la sociedad española ante los exabruptos; la autoridad que sólo él puede ejercer en ese patio de colegio alborotado, y la dignidad de la jefatura del Estado español ante los agravios a personas y empresas. Ayer, España fue defendida por su Rey. Pero no sólo España: también esa comunidad de naciones que merece dirigentes de mayor sensatez.

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