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viernes, 9 de noviembre de 2007

El oficialismo apela a la represión



Domingo Alberto Rangel - QuintoDìa
La marcha del primero de noviembre viene a acomodar las fuerzas políticas del sistema imperante, tal vez de manera definitiva. La clase media, alta, baja o intermedia constituye, de manera irrevocable, la fuerza adversa al régimen bolivariano dentro del sistema. La marginalidad o sectores de ésta, cada vez más menguados, forman la espina social del ordenamiento político urdido alrededor de la figura tutelar del comandante. El grueso de la nación, formando una especie de barrera gruesa, pero invisible, en medio de ambos, asegura la conservación del tejido social.


El chavismo viene declinando en fuerza, tamaño social y moral combativa. Tiene que valerse de las fuerzas de choque, en realidad bandas de forajidos, y de la Guardia Nacional para no ser arrollado en la calle. No es obra de la casualidad que Cilia Flores, suerte de hada decadente y mediocre del oficialismo, esté llamando a la represión policial. Es seguro que ella piensa en una represión sistemática y brutal, como la del primero de noviembre, porque represión esporádica o intermitente siempre ha sido desplegada por este régimen.

De ahora en adelante el oficialismo se vendría abajo si no apela a una creciente represión. Todo régimen que, como el imperante hoy en Venezuela, pierda fuerza de manera ostensible, tiene que apelar al esbirro si al mismo tiempo tiene movimientos de fuerza ascendente de opositores en la calle. La represión sistemática, mediante fórmula legal o de hecho y, si la oposición sigue siendo fuerte, la opresión, cada vez más amarga, será su única alternativa a la postre. Para un régimen como el de Chávez, que ya no es capaz de mantener el control de la calle, no le queda hoy otro camino que el de bandas violentas y el concurso de la Fuerza Armada.

Cualquier forma de tiranía es, repitamos para disipar equívocos, opción ineludible obligada para gobiernos atenazados por el acoso.

¿Por qué Chávez tiene que reprimir?

Para el régimen de Chávez no solo es inevitable la represión, también es perentoria, porque en la oposición ha surgido una fuerza que tiene un atractivo arrollador y una combatividad sobresaliente, es la juventud estudiosa.

Hasta el momento en que irrumpen los estudiantes en la calle la dirigencia de la oposición era una abigarrada y triste colección de políticos corruptos, de señoras crepusculares, de negociantes de influencia perdida en los medios oficiales, para sintetizar, voceros o símbolos de un pasado puerco y fantasmal. Ahora, con los estudiantes, la oposición es un muchacho risueño y combativo. El estudiante acosado, golpeado y arrastrado por el suelo y los esbirros uniformados, que consuman esa villanía cobarde, son hoy las encarnaciones de la remozada oposición y del gobierno.

Un estudiante y un esbirro, allí pueden estar los símbolos de la actual situación.

Si así fuere, estaríamos al borde de una era épica, en que la resistencia clandestina pasaría a ser la forma predominante de lucha y la represión sistemática y despiadada el medio del Estado para imponerse.

No estoy revelando algo desconocido ni pretendiendo tener dotes de pitonisa, pero si ocurre, la insurrección callejera no tardaría en aparecer como broche final para tal etapa. Sin embargo, para Chávez es difícil implantar una tiranía. En tal aventura encontraría resistencias ásperas o infranqueables en sus propios conmilitones y tropezaría con la renuencia a acompañarlo de todos sus aliados internacionales, además, y esto es importante, Chávez no tiene pasta de tirano. Es personalista y autocrático, pero en el alma de Hugo Chávez no habita un torturador o un polizonte. Chávez es un gran demagogo, no un déspota.

Si no hay dictadura

Aparte de las resistencias que Chávez encontraría entre sus propios compañeros y aliados y las que vienen de su propio temperamento, ni en Venezuela ni en América median hoy condiciones favorables a las tiranías de tipo tradicional.

Estamos a años-luz de distancia de los tiempos de mister John Peurifoy en Centroamérica o de mister Beaulac en México. Y las dictaduras, como otros regímenes, son tajantes. Nadie puede ser semidictador. O es dictador completo o no lo es. La tragedia de Chávez es que no pudiendo ser dictador, tampoco ha aceptado ser un vulgar demócrata. Chávez fue un lector voraz de cartillas revolucionarias, aquellos manuales tragicómicos editados en el Moscú estalinista, y de ellos conserva cierto dogmatismo moral que cree tener patente de invención para todo paso en la política. Chávez no sabe aún que el estalinismo es, desde hace tiempo, lo más conservador o reaccionario existente entre las reboticas de lo ideológico.

Hoy día son más revolucionarios los islámicos fundamentalistas que los estalinistas acartonados. Revolucionario, hoy y siempre, es aquel que no tiene respeto alguno por el Estado, por la ley o por la tradición y además trabaja para crear condiciones que permitan o hagan posible la insurgencia de la masa armada. Chávez, medido por este rasero es sólo un caudillo militar y nada más. Ha tenido rasgos progresistas, pero su vanidad caudillista y su personalismo enfermizo le impiden ser lo que debiera ser, un burgués liberal. Nadie tiende más, en Venezuela, a aburguesarse que un militar. ¿Acaso la conversación entre Chávez y el delegado de las FARC no va a realizarse en el latifundio llanero de Rodríguez Chacín? El dilema de Chávez está claro y los estudiantes lo han hecho perentorio. O asume una dictadura, como lo sugiere esa hada marchita que es Cilia Flores, o se convierte en un demócrata burgués y entonces tendrá que buscar un nuevo Punto Fijo, de lo contrario caerá derribado como Pérez Jiménez

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