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domingo, 28 de octubre de 2007

Vivo y sediento de sangre


MILAGROS SOCORRO.el-nacional.com
Enterado de que el monumento al Che Guevara había sido destruido el 18 de octubre, diez días después de su inauguración en el Pico del Águila, el ministro de Cultura, Francisco Sesto, respondió al hecho asegurando que el Gobierno repondrá la estela cuantas veces sea necesario. Y si hemos de tomar en serio el manifiesto del Frente Patriótico del Páramo (FPP) –autor, según propia declaración, de la demolición– tal es su determinación de no permitir que ese espacio quede impregnado con el ejemplo del guerrillero argentino (al que el Frente alude como asesino a sangre fría y funcionario fracasado en cuanto cargo lo emplazó la revolución cubana) que lo más probable es que el Ministerio de Cultura se pase los próximos meses inaugurando nuevas versiones de la estela, lo que implicará una erogación cuyo monto desconocemos pero que no debe ser despreciable. Naturalmente, al costo de la estela –una especie de lápida construida en cristal– deben añadirse los viáticos del embajador de Cuba, quien estuvo presente en la primera inauguración y que de seguro no pelará las siguientes invitaciones, con las comidas incluidas, al hermoso paraje andino.
En la declaración de Sesto está implícita la perspectiva de gastar los millones pertinentes para cada reinstalación del monumento a Guevara, que, tal como se deduce de sus cálculos, será desbaratado sistemáticamente. No importa que la comunidad, o un determinado grupo merideño, estén negados a admitir la imposición de un homenaje al Che Guevara, a quien no deben ninguna gratitud y de quien tienen, como vimos, las peores referencias. Eso no importa. Para eso hay dinero.
Lo que cueste. Esto no debe extrañarnos. Sesto no es precisamente un dechado de sobriedad en la administración de los recursos públicos. Y más bien ha dado pruebas de que dispone de ellos en forma más que irresponsable; lo que quedó demostrado con la publicación de un libro suyo, titulado Dibujos con la cabeza en otra parte, que consiste en la inverosímil recopilación de los garabatos que él mismo hizo mientras asistía a reuniones de trabajo. Esta increíble falta de sindéresis y, como dirían en Caracas, de ubicatez, fue publicada en una edición de 600 páginas, pagada por el Estado. Qué le cuesta, entonces, establecer un pugilato con el FPP, que ya advirtió su rechazo a Guevara y su preferencia por la figura del artista popular Juan Félix Sánchez, "artista del páramo y ejemplo de humildad, amor y sabiduría".
En la misma rueda de prensa, Sesto dijo que la destrucción de la estela era la demostración de que Guevara "está vivo". Y no anda desencaminado el funcionario. Si Ernesto Guevara fuera capaz, a cuarenta años de su muerte, de dar alguna manifestación de vida sería mediante la violencia. Aunque, desde luego, la pulverización del monumento no puede compararse con los asesinatos que Guevara perpetró con sus propias manos, que fueron muchos, crudelísimos y documentados por su propia mano, temblorosa de entusiasmo al constatarlos en su diario y epistolario. En carta fechada el 28 de enero de 1957, Guevara escribe a su madre para tranquilizarla ante el rumor de que lo habían matado. "Querida vieja", le dice, "aquí, desde la manigua cubana, vivo y sediento de sangre escribo estas encendidas líneas martianas" (Che Guevara, una vida revolucionaria, Jon Lee Anderson, Anagrama, Caracas, 2007).
A la vera de Sesto se encontraba el viceministro de Cultura para el Desarrollo Humano, Iván Padilla Bravo, quien aprovechó la ocasión para mostrar su horror ante el terrorismo.
"Quienes actuaron", dijo Padilla Bravo, "lo hicieron con alevosía, nocturnidad, con todas esas características que están presentes en los crímenes más sórdidos...". ¿Y quién es Iván Padilla Bravo? ¿Por qué un burócrata de la cultura está tan enterado de las características presentes en los crímenes más sórdidos? Quizá sea porque Iván Padilla Bravo participó en el secuestro de un ser humano para pedir dinero (¿habrá crimen más sórdido?). Fue detenido el 22 de julio de 1976, en el parque infantil Paramaconi, al final de la avenida Boyacá de San Bernardino, cuando se disponía, junto con un cómplice, a cobrar parte del rescate por el secuestro del industrial norteamericano William Frank Niehous, quien había sido sometido a cautiverio el 27 de febrero de 1976. Y así lo mantendrían por más de tres años.

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