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lunes, 15 de octubre de 2007

¡No, señor Rodríguez; no al Che!


Miguel Bahachille //
Con tono vehemente, seguro de interpretar el sentimiento de la familia venezolana, el "vicepresidente revolucionario", Jorge Rodríguez, afirmaba que todos los padres de Venezuela desearían que sus hijos fueran como el Che. Semejante enunciación, por demás oprobiosa, infringe los principios de intimidad y juicio crítico propios de la familia humana tanto si se desenvuelve en una tribu como en una gran urbe; sea bajo el examen de sistemas democráticos como en regímenes autoritarios como el que el señor Rodríguez se ufana de representar.

¡No, señor Rodríguez! Deseamos que nuestros hijos sean niños normales; que crezcan con la cronología de su condición corporal; que retocen con juguetes construidos a mano como el trompo, el gurrufío, o la simple rueda, como sucede en nuestros campos y, cuando fuere el caso, se adecuen al manejo del ineluctable mundo de la informática.
¡No, señor Rodríguez! Queremos que nuestros hijos se formen para la construcción; no para la destrucción. Para la vida; no para la muerte. Para la solidaridad familiar; no para su desintegración. Para la higiene; no para el desaire por ella. Para el amor; no para el odio. En su jornada por la muerte el Che ordenó fusilar en tres días a más de 50 personas. Entre los cientos que padecieron el mismo destino, estaban dos menores de edad. ¿Querrían los familiares de estos jóvenes que el resto de los niños sea como el Che?

El Che era un ser despiadado. Los fusilamientos de La Cabaña son la mejor evidencia de su temple diabólico y del poco valor que para él tenía la vida humana. Decidía en juicios sumarios que dirigía con toda la potestad que daba el poder represivo quién merecía vivir y quién no. También decidía a su criterio quién sería encarcelado y el tipo de prisión que correspondería a cada uno de "los juzgados".

¡No, señor Rodríguez! No queremos para nuestros hijos un tutor como el Che y mucho menos ser como él. Usted, con todo el poder que le da esta revolución de fruslerías, tiene la gran oportunidad de guiar a sus hijos en esa dirección; pero no hable por los demás. Dispone de todas las herramientas y cercanía con el régimen cubano para implementar para su familia el modelo que propone como ejemplo. Indúzcalos a hacer lo que el Che hizo en su momento. Aléjelos del núcleo familiar e incítelos para que incursionen en las más sórdidas aventuras.

¡Eso sí!, no les mienta, ya que algún día descubrirán la verdad, sobre los éxitos de su aturdido héroe porque no los tiene. Fracasó como ministro de Economía. Reconoció cómo llevó a la ruina a las pocas industrias operativas que quedaban. Bajo su conducción se disminuyó la producción de bienes de consumo y dejó a Cuba en la ruina. Situación que aún perdura. También fracasó en su intento de exportar su revolución en América Latina. Murió a los 39 años casi sin combatir en Bolivia de manos de un grupito del ejército boliviano. Tampoco se conoce la obra del mentado "prócer" que no sea más que algunas cartas llenas de incoherencias y gazapos gramaticales.

El ideario antiimperialista que se nutre con la idolatría a un verdugo constituye un verdadero contrasentido. No se entiende cómo un "pacifista", como suele autocalificarse el señor Rodríguez, condene la guerra de Irak, ciertamente condenable, mientras enarbola la imagen de una figura que en su corta vida predicó la violencia. Se pierde la cordura cuando se rinde culto a un personaje que propuso imponer a tiros y bombazos su sangrienta revolución. Mientras sus fans le llaman el Che, los herederos de sus víctimas prefieren llamarlo "El carnicero de La Cabaña". ¡No, señor Rodríguez!; no queremos a su ídolo.

miguelbm@telcel.net.ve

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