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domingo, 23 de septiembre de 2007

Cuando seamos mayoría


Carlos Blanco // Tiempo de palabra
"La oposición nunca aparece como mayoría en el marco de regímenes autoritarios"
Una de las ideas esenciales de un sector de la oposición es que ésta es minoría. Siendo así, la tarea esencial sería llegar a construir una mayoría que, cuando lo fuere, tendría la posibilidad de poner fin al gobierno de Chávez. Para esa visión, las victorias bolivarianas pueden haber tenido ingredientes indeseables, trucos de alto calibre y baja calaña, pero, esencialmente, habrían reflejado la voluntad mayoritaria de la población. Esta visión es ampliamente compartida en el exterior: se afirma que Chávez gana porque la mayor parte de los votantes lo apoya. Y si falta convicción, allí están ciertas encuestadoras, firmes para defender el trago amargo de decir al planeta que el Comandante ha ganado y ganará. Claro -indican- no es que los encuestólogos deseen ese resultado, pero como profesionales, científicos puros, no tienen más alternativa que confesar que los disidentes son minoría porque Chávez tiene ese no-sé-qué que encandila a las masas. Como el lector intuirá a estas alturas, todo eso no es más que bofe podrido.
LA SOCIEDAD QUE SE MIDE.No cuestiona este narrador a las encuestas en general. Muchas son serias, aunque algunas de ellas, sea por sus clientes, sea por otras razones, más que investigadoras de la opinión pública se han convertido en especie de partidos políticos, asesores espontáneos de lo que tiene que hacer y dejar de hacer la oposición. Sin decir, por cierto, quién paga.
Sin embargo, tómese como buena la noción de que la mayoría está con Chávez. La pregunta que surge inmediatamente es si son comparables las mayorías que se constituyen bajo un régimen democrático con aquéllas formadas bajo un gobierno autoritario.
En una democracia, por supuesto que hay presiones, algunas ilegítimas y unas cuantas ilegales. La cuestión es que en ese marco institucional existen contrapesos formales e informales que abren la puerta para que, en el medio de ese juego de poderes, surja la expresión libre de los ciudadanos. La democracia permite la diversidad; la experiencia venezolana fue clara con, téngase por caso, la descentralización: bajo un gobierno presidido por un hombre de AD, se abrieron las compuertas para que llegaran al gobierno (regional) no sólo Copei, que ya era un partido experimentado, sino también La Causa R y hasta el MAS, que después sería el factor principal, por un brevísimo tiempo, en el segundo gobierno de Caldera.
El ventajismo fue arrinconado y votar sin coacción por éste o aquél se hizo cada vez más posible. Sí; había algún director de una empresa del Estado que se ponía cómico al sugerir a sus empleados que tenían que votar de esta o aquella manera. Pero, la diversidad lo hizo cada vez más difícil. Tan era así que Caldera derrota simultáneamente a AD y a Copei, que venían de reunir casi 80% del electorado y por tanto dirigían la mayor parte de las estructuras del Estado. Y un golpista audaz, Hugo Chávez, triunfó sin que ninguna maniobra pudiera impedir la cristalización de la voluntad del electorado.
Devenido el de Chávez en un régimen autoritario, en su marco es imposible constituir la voluntad libre de los ciudadanos. No hay contrapesos dentro del Estado y no hay contrapesos efectivos desde la sociedad civil. La coacción, la persecución, el miedo, las listas de Tascón y de Maisanta, los discursos nauseabundos de personajes como Rafael Ramírez, las aglomeraciones fascistas para impedir los debates, el cierre de medios, la autocensura, la represión, el Estado policial con sus mecanismos de espionaje cada vez más sofisticados, son elementos en medio de los cuales se constituye una voluntad coartada. En estas condiciones, ¿quién que sospeche que su opinión puede costarle el cargo va a decirla? ¿Quién incluso votaría contra los autócratas si tiene el leve indicio de que, de alguna forma, su discrepancia puede ser motivo de castigo?
LA MAYORÍA DE CHÁVEZ. En las condiciones referidas sólo puede afirmarse que, en el marco del terror y de la intimidación, las encuestas revelan que Chávez como líder tiene mayoría y que la disidencia democrática es minoría. Esa mayoría está constituida no por el amor al caudillo, sino por el miedo al caudillo. Obsérvese el fenómeno en las filas del oficialismo. Hasta las butacas del Palacio Federal saben que casi todos los diputados tienen discrepancias con Chávez y con su conducción del proceso. Pero, se conoce también que si se les conmina a expresar sus opiniones de viva voz, todos, hasta el pobre Ameliach, dirán disciplinadamente que no tienen ni un átomo de disidencia con el comandante en jefe que es, por añadidura, el Sol Rojo que Alumbra Sus Desvalidos Corazones. Eso que les pasa a los que tienen al menos sus pedacitos de poder vicario, les ocurre con más razón a quienes no tienen ni una astillita de influencia y no quieren perder su trabajo.
En este sentido, la mayoría de Chávez es inexistente o, en todo caso, construida sobre el pavor bolivariano. Vendrán los expertos a decir que no es así; que la oposición sí era mayoría entre 2001 y 2003, y lo reflejaban las encuestas, pero que luego la perdió. Esto es otra añagaza. Lo que revelan las encuestas es que en esos años no se había producido la masiva persecución y represión que se produjo después; los ciudadanos se sentían con todo derecho a proclamar sus convicciones así trabajaran en el Estado; más tarde, después de las razzias, esto dio un viraje que obligó a disfrazar las opiniones.
Desde esta perspectiva no hay manera de saber qué mayoría podría existir si no hubiera represión; tampoco es relevante una mayoría construida a fuerza de temor. Pero, lo más importante es que la mayoría es una categoría de la democracia, que sólo tiene sentido en la medida en que se respete a las minorías y que éstas tengan la posibilidad, eventual, de ser mayorías. En Venezuela esto no es posible hoy.
LA BÚSQUEDA ILUSORIA.La oposición nunca aparece como mayoría en el marco de regímenes autoritarios que tienen el poder total y están todavía sólidos. Sólo puede serlo cuando el régimen se descompone y factores internos disidentes buscan también el relevo. Eso puede ocurrir, pero lograr una mayoría electoral bajo el autoritarismo es el resultado de una operación en la que la derrota política del autócrata precede a la electoral; no es la derrota electoral la que precede a la política.
Si no hay posibilidad de medir realmente y en libertad cuántos son los que apoyan a cada polo, lo que queda es el recurso a la ética de la democracia. Nadie le puede pedir a un ciudadano que sea parte de la operación -como ésta de la nueva Constitución- en la que se intenta eliminar derechos y garantías. Ni 99 % de los electores reales o supuestos pueden obligar a quien se oponga a la tiranía que apoye sus actuaciones y avale sus resultados. En esta crisis sin salida los grandes propósitos mandan.
carlos.blanco@comcast.net

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