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domingo, 16 de septiembre de 2007

Abolir constituciones


Manuel Caballero. El Universal

Después de cada derrota, se suele hacer la lista de los errores cometidos por el perdedor, por lo general para distribuir culpas, y dejar en pleno desierto, prometido a la muerte lenta del hambre y la sed, al chivo expiatorio que no es jamás el acusador: la autocrítica no es un ejercicio muy corriente entre los venezolanos.

Tampoco es costumbre señalar esos errores antes de cometerlos. En la situación presente, el gran error ha sido, repetido hasta el cansancio, dejarse imponer la agenda política por el hombre de Miraflores. Es así como, cuando él habló de reelección, de inmediato la oposición comenzó a emplear ese término para oponerse, la verdad sea dicha, con todas las fuerzas. Pero esa oposición no se hizo en los términos que la oposición debía, sino siguiendo la agenda propuesta por Palacio. El diálogo de sordos Es así como de inmediato comenzaron sus áulicos (y él mismo en su doble condición de Presidente Constitucional de Venezuela y Primer Locutor de la República) a sacar mil ejemplos de reelección en países de tradición y práctica democrática presente. Poco importaba que se les demostrase que estaban sumando piñas con naranjas, y que no podía compararse, por la más elemental lógica, el sistema parlamentario con el presidencialista. Y si se traía a colación el ejemplo del presidencialismo norteamericano con su decisión de hacer ley lo que George Washington había impuesto como tradición: no reelegirse más de una vez, ¿no lo habíamos dicho? ¡Esta oposición antipatriótica no tiene más ejemplo y más norte que Estados Unidos, el Gran Satán!Mientras más se emperraba la oposición en combatir "la reelección", tanto mejor. Del lado gubernamental, nadie se preocupaba de argumentar más allá de repetir los mismos disparatados ejemplos, incluyendo el de las monarquías europeas. Se estaba pisando así el terreno soñado por los chavistas: el diálogo de sordos. La trampa era la pregunta Por fortuna la oposición parece haberse dado cuenta de que la trampa no estaba en la respuesta (un simple sí contra un simple no a la reelección) sino en la pregunta: lo que Chávez estaba proponiendo no era la reelección (continua, indefinida, sucesiva) sino la presidencia vitalicia. Y para hacer innecesaria toda demostración, Chávez mismo, pincel en mano, se encargó de hacerlo: ese no sería un principio general aplicable a todos los cargos de elección popular, sino a él y sólo a él por tener desde la escuela primaria "las llaves de San Simón".Muy bien, se dirá: ¿entonces la oposición ya ha dejado de cometer algún error de ese calibre, ha abandonado por fin el vicio absurdo de pisar sólo la huella dejada en el pantano por Chávez? De ninguna manera: hasta el momento, la oposición ha logrado saltar el charco del tramposo término "reelección" sólo para caer en otro más profundo: hablar de lo que está proponiendo Chávez como una "reforma" de la Constitución. Lo cual es una ingenuidad digna de una novicia en un convento de clausura.
La Carta Magna No señores: Chávez no se propone esta vez (en verdad no se ha propuesto nunca) reformar una Constitución. Y eso por la más simple de las razones: porque la idea de Constitución (y decimos "idea" y no "texto" porque quienes más la respetan en el mundo, los ingleses, ni siquiera se han tomado el trabajo de redactar una) desde que en Inglaterra se inventó una con el pomposo nombre de "Carta Magna", toda Constitución tiene un objetivo principal y en la práctica único: reducir al máximo la discrecionalidad en el ejercicio del poder. Dicho sin miedo a la tautología, reducir el poder del Poder. Redactar una Constitución para aumentar los poderes del Estado en detrimento de los de la Sociedad, eso no se le ocurriría, diría Juan de Mairena, ni al que asó la manteca. Sería, para emplear un símil comprensible en un país petrolero, como apagar un incendio rociándole gasolina. Y es precisamente eso lo que se propone el Héroe del Museo Militar, confiado en que su gasolina, mal guardada incluso en maletines viajeros, servirá para apagar el fuego atizado por toda veleidad de control sobre sus poderes.
No sigamos entonces hablando de "reforma" al referirnos a la última movida de Chávez. No: ese señor no se propone reformar la Constitución sino. Y no estamos hablando de la Constitución de 1999 ni de la anterior, ni de la transanterior: estamos hablando de cualquier Constitución, de todas las constituciones.A lo que debemos oponernos con todas las fuerzas no es entonces a la "reforma" de la Constitución sino a su abolición. Porque lo que propone Chávez no es limitar o reglamentar aquella o esta libertad sino suprimirlas del todo al todo en tanto en cuanto disgusten al Ser Supremo. Que tampoco será, por ser también limitante, Aquel que está en los Cielos, Creador y Ordenador del Universo, sino este Mesías de Sabaneta que se propone, dicho a la letra en su exposición de motivos, establecer "el Reino de Dios en la Tierra". Lo cual a su vez implica que este Supremo Abolidor reinará "por la Gracia de Dios" y no como producto de una elección, como también reza la misma exposición de motivos.Un amigo mío, gran lector, atribuye el ofrecimiento de Chávez de encontrarse con Marulanda "en plena selva" a las escasas lecturas del Héroe del Museo Militar. ¿No ha leído acaso La Vorágine, de José Eustacio Rivera? ¿Desconoce por tanto la existencia de las "tambochas" esas hormigas caníbales capaces de dejar a un hombre incluso tan gordo como Chávez en el puro esqueleto en cuestión de segundos?

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