A confesión de parte...
Por: Argelia Ríos
En adelante, los venezolanos ya no asistirán más a competencias electorales plenas.
Dicen que es falsa la pretensión vitalicia. Que no es verdad que el Presidente desea perpetuarse en el poder. Que es una tergiversación interesada señalar que el mandato no tendrá vigencia indefinida y que será el pueblo el que, cada seis años, emita la última palabra.
También señalan que el mecanismo de la reelección representa el testimonio máximo de una democracia plena y que tal "plenitud" estaría garantizada por los propios ciudadanos, quienes -sin leyes diseñadas por los intermediarios del poder-, serían los únicos en colocar límites al período de gobierno.
Todos éstos son los alegatos del coro oficialista, cuyos integrantes no contaban con que el propio César revertiría el esfuerzo argumental. Su defensa al ministro Ramírez, con ocasión de la multa que le impusiera el CNE por la descarada participación de éste en la última campaña electoral, es el más elocuente ejemplo de las peligrosas deformaciones que ocurren en los procesos comiciales, cuando la disputa por el poder se hace desde el propio poder. El hecho de que el jefe del Estado reconozca que también él merecería una reprimenda, no sólo es una confesión de la que el CNE debería tomar nota, sino más aún, una prueba adicional de las perversiones que se institucionalizarían en Venezuela si el país le comprara a Chávez su propuesta de reelección perpetua.
Las palabras del Presidente ayudan a revelar con cuánta falsedad se justifica la voracidad enferma del poder . Al admitir como plausible el abuso cometido por Ramírez -asumiendo que él mismo califica para una sanción similar-, el mandatario brindó a los ciudadanos las mejores luces para comprender que la reelección indefinida reducirá al mínimo el valor efectivo del voto, la libertad de la gente para elegir sin presiones y la potencia competitiva de las jornadas electorales.
El ventajismo y la capacidad coercitiva del Estado -ambos empleados por el ministro para amenazar en Pdvsa a quienes no votaran rojo-rojito-, hablan del tipo de degradación que experimentarán las mediciones presidenciales, una vez que Chávez consiga aprobar su nueva constitución. La confesión del Presidente es un reconocimiento de que, en adelante, los venezolanos ya no asistirán más a competencias electorales plenas -en donde los actores se disputan el poder desde fuera del poder- , sino a procesos plebiscitarios en los cuales el poder constituido hará uso descarado de su capacidad de sujeción sobre las masas.
La revelación es la mejor muestra de que, con reelección indefinida, no será el pueblo, sino el poder, el que decida hasta cuándo se prolonga su mandato. El control institucional es lo que marca la diferencia entre una elección presidencial democrática -donde se contrastan opciones y figuras- y un plebiscito de intenciones aclamacionistas, donde todo se reduce a un sí... o sí.
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