La Gotera
Por María Isabel Párraga
Como la gotera (tin, tin, tin). Una cosa hoy: los estudiantes (tin, tin). Otra mañana: los periodistas (tin, tin). Al siguiente día, los transportistas (tin, tin). Pero después vienen las amas de casa (tin, tin, tin). Los profesores (tin, tin tin). Los compatriotas a quienes les prometieron una vivienda (tin, tin, tin).
Los buhoneros (tin, tin, tin) y pare usted de contar. Todos los días una novedad y la gota cayendo¿ El Gobierno podrá decir que es un método de tortura con intenciones desestabilizadoras, que todo es "fabricado", que realmente las grandes mayorías están felices, pero lo cierto es que hay un techo y este, simplemente, está haciendo aguas.
Sin embargo, el jefe de esta casa lejos de buscar una solución definitiva y entender que o bien arregla el techo o nos mojamos todos, opta por la evasión, el escapismo, la egolatría y el despecho.
La evasión y el escapismo, más que obvio. Un gira sin más sentido que el "mercalito bélico" de unos nueve submarinos, unas defensas antiaéreas y la visita de "chico malo" a quien es señalado por el mundo occidental como la amenaza "más ruda".
La egolatría cada vez más delirante como la que vimos en la inauguración de la Copa América, con boletería garantizada para la aclamación y toda una barra humana diseñada para ese momento culminante de "bienvenido señor presidente", "Hugo Chávez" y un muñequito del comandante con boina roja rojita. Clímax del culto a la personalidad como política de Estado y expresión palpable de cómo nos roban un evento que ha debido ser de todos.
El despecho, por partida doble. Por una parte, no logra entender por qué en el Mercosur no le aplauden el cierre de un medio y no quieran entrar por el aro de la refundación ideológica del organismo. Por la otra, expresa que añora a la finada y poco extrañada Unión Soviética y, de paso, lo grita a los cuatro vientos en la casa del ahorcado. Toda una balalaica con letra de bolero.
Mientras tanto aquí, donde bailamos al son que nos toquen, un nuevo ritmo se escucha en nuestras calles: el de la determinación, el de la constancia, el del fin del miedo. El de la conciencia colectiva del momento que estamos viviendo. Hay la sensación del tiempo límite. Ya casi nadie se llama a engaño sobre lo que el régimen quiere implantar, pero lejos de la apatía de hace algunos meses, la respuesta particular y colectiva es la de "tenemos que hacer lo que haya que hacer".
La marcha por la libertad de expresión la semana pasada fue la muestra más clara del compromiso colectivo. Allí se demostró que los guetos, las zonas vedadas y la división son barreras que hay que derribar. Así como poco a poco está cayendo la cortina del miedo. Así como poco a poco se hacen ríos, mares y hasta océanos a punta de goteras... tin, tin, tin.
Como la gotera (tin, tin, tin). Una cosa hoy: los estudiantes (tin, tin). Otra mañana: los periodistas (tin, tin). Al siguiente día, los transportistas (tin, tin). Pero después vienen las amas de casa (tin, tin, tin). Los profesores (tin, tin tin). Los compatriotas a quienes les prometieron una vivienda (tin, tin, tin).
Los buhoneros (tin, tin, tin) y pare usted de contar. Todos los días una novedad y la gota cayendo¿ El Gobierno podrá decir que es un método de tortura con intenciones desestabilizadoras, que todo es "fabricado", que realmente las grandes mayorías están felices, pero lo cierto es que hay un techo y este, simplemente, está haciendo aguas.
Sin embargo, el jefe de esta casa lejos de buscar una solución definitiva y entender que o bien arregla el techo o nos mojamos todos, opta por la evasión, el escapismo, la egolatría y el despecho.
La evasión y el escapismo, más que obvio. Un gira sin más sentido que el "mercalito bélico" de unos nueve submarinos, unas defensas antiaéreas y la visita de "chico malo" a quien es señalado por el mundo occidental como la amenaza "más ruda".
La egolatría cada vez más delirante como la que vimos en la inauguración de la Copa América, con boletería garantizada para la aclamación y toda una barra humana diseñada para ese momento culminante de "bienvenido señor presidente", "Hugo Chávez" y un muñequito del comandante con boina roja rojita. Clímax del culto a la personalidad como política de Estado y expresión palpable de cómo nos roban un evento que ha debido ser de todos.
El despecho, por partida doble. Por una parte, no logra entender por qué en el Mercosur no le aplauden el cierre de un medio y no quieran entrar por el aro de la refundación ideológica del organismo. Por la otra, expresa que añora a la finada y poco extrañada Unión Soviética y, de paso, lo grita a los cuatro vientos en la casa del ahorcado. Toda una balalaica con letra de bolero.
Mientras tanto aquí, donde bailamos al son que nos toquen, un nuevo ritmo se escucha en nuestras calles: el de la determinación, el de la constancia, el del fin del miedo. El de la conciencia colectiva del momento que estamos viviendo. Hay la sensación del tiempo límite. Ya casi nadie se llama a engaño sobre lo que el régimen quiere implantar, pero lejos de la apatía de hace algunos meses, la respuesta particular y colectiva es la de "tenemos que hacer lo que haya que hacer".
La marcha por la libertad de expresión la semana pasada fue la muestra más clara del compromiso colectivo. Allí se demostró que los guetos, las zonas vedadas y la división son barreras que hay que derribar. Así como poco a poco está cayendo la cortina del miedo. Así como poco a poco se hacen ríos, mares y hasta océanos a punta de goteras... tin, tin, tin.
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