El Caso del festin
Por Argelia Rios
Diario El Universal
El planteamiento que se formula desde el periodismo oficialista está reñido con la sinceridad
La expresión ha ganado espacio en el accidentado debate alrededor de los medios de comunicación. Se le menciona sin definírsele, aunque hacerlo resulta imprescindible para garantizarle conclusiones útiles a la discusión. Es cierto que el concepto de "servicio público" encierra acepciones muy amplias. Algunas de ellas, sin embargo, suelen servir, como ocurre en esta ocasión, para reducir la importancia de la más relevante. El control del poder y la vigilancia de las autoridades en el ejercicio de la administración del Estado hace parte esencial de ese papel que se le atribuye a los medios. Por tanto, no puede hablarse de "servicio público" si se desconoce que la crítica y el cuestionamiento a los procederes del "funcionariado" son la clave del control y de la vitalidad con que se provee el servicio.
La relación entre los medios y el poder está marcada por esa huella ruidosa. La autoridad siempre pretenderá evadir el rigor de la vigilancia. En un contexto en el cual se ha anunciado la "hegemonía comunicacional" es imposible que a los medios se les conciba con franqueza como "servidores públicos". El Estado y sus apoderados no pueden ser jueces y parte en el proceso de seguimiento y vigilancia de sus propias actuaciones. Mucho menos un Estado corrompido, bajo cuyo dominio se encuentran todas las instituciones, incluyendo aquéllas que formalmente poseen la misión de la contraloría. El planteamiento que se formula desde el periodismo oficialista no sólo está reñido con la sinceridad. Siendo el control del poder un aspecto principal del "servicio público", no luce muy ético que sus exponentes se exhiban como los postulantes de una idea de "servicio público" que ellos mismos se eximen de practicar.
La proscripción de la crítica en los medios del Estado y las acusaciones contra quienes la ejercen desde otras trincheras son pruebas irrebatibles de que el concepto de "servicio público", como otros tantos, también está siendo manipulado para contribuir con el poder en su propósito totalizante. En pocas palabras, estos periodistas no sólo combaten el rol de control y vigilancia que como "servidores públicos" tienen los medios. Como si fuera poco, pretenden al mismo tiempo impedir que otros lo hagan, aun en las condiciones de asfixia a que están sometidos... Cual peones del poder, se desempeñan -sordos, ciegos y mudos- como tristes verdugos, atemorizados por el desgaste del establishment al que pertenecen. Es evidente que no hay perspectivas de "2000 siempre" y que ya no defienden nada, salvo lo que les ha tocado a sí mismos en esta rebatiña truculenta que el tiempo está convirtiendo en decadencia.... Parafraseando a uno de esos colegas, cuando aún ejercía de "servidor público" vigilante de los desmanes del puntofijismo, actúan como coprófagos arrogantes, turbados por el inexorable ocaso del festín de Chacumbele.
Diario El Universal
El planteamiento que se formula desde el periodismo oficialista está reñido con la sinceridad
La expresión ha ganado espacio en el accidentado debate alrededor de los medios de comunicación. Se le menciona sin definírsele, aunque hacerlo resulta imprescindible para garantizarle conclusiones útiles a la discusión. Es cierto que el concepto de "servicio público" encierra acepciones muy amplias. Algunas de ellas, sin embargo, suelen servir, como ocurre en esta ocasión, para reducir la importancia de la más relevante. El control del poder y la vigilancia de las autoridades en el ejercicio de la administración del Estado hace parte esencial de ese papel que se le atribuye a los medios. Por tanto, no puede hablarse de "servicio público" si se desconoce que la crítica y el cuestionamiento a los procederes del "funcionariado" son la clave del control y de la vitalidad con que se provee el servicio.
La relación entre los medios y el poder está marcada por esa huella ruidosa. La autoridad siempre pretenderá evadir el rigor de la vigilancia. En un contexto en el cual se ha anunciado la "hegemonía comunicacional" es imposible que a los medios se les conciba con franqueza como "servidores públicos". El Estado y sus apoderados no pueden ser jueces y parte en el proceso de seguimiento y vigilancia de sus propias actuaciones. Mucho menos un Estado corrompido, bajo cuyo dominio se encuentran todas las instituciones, incluyendo aquéllas que formalmente poseen la misión de la contraloría. El planteamiento que se formula desde el periodismo oficialista no sólo está reñido con la sinceridad. Siendo el control del poder un aspecto principal del "servicio público", no luce muy ético que sus exponentes se exhiban como los postulantes de una idea de "servicio público" que ellos mismos se eximen de practicar.
La proscripción de la crítica en los medios del Estado y las acusaciones contra quienes la ejercen desde otras trincheras son pruebas irrebatibles de que el concepto de "servicio público", como otros tantos, también está siendo manipulado para contribuir con el poder en su propósito totalizante. En pocas palabras, estos periodistas no sólo combaten el rol de control y vigilancia que como "servidores públicos" tienen los medios. Como si fuera poco, pretenden al mismo tiempo impedir que otros lo hagan, aun en las condiciones de asfixia a que están sometidos... Cual peones del poder, se desempeñan -sordos, ciegos y mudos- como tristes verdugos, atemorizados por el desgaste del establishment al que pertenecen. Es evidente que no hay perspectivas de "2000 siempre" y que ya no defienden nada, salvo lo que les ha tocado a sí mismos en esta rebatiña truculenta que el tiempo está convirtiendo en decadencia.... Parafraseando a uno de esos colegas, cuando aún ejercía de "servidor público" vigilante de los desmanes del puntofijismo, actúan como coprófagos arrogantes, turbados por el inexorable ocaso del festín de Chacumbele.
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