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domingo, 1 de julio de 2007

¡Balas sí, votos no!


Manuel Caballero //

No quiere que seamos ciudadanos sino soldati de una criolla Cosa Nostra
En 1919, en Venezuela se promulgó una ley ordenando el desarme de la población civil: todo poseedor de un arma debía entregarla a las autoridades y si no lo hacía, debía atenerse a las Rotundas consecuencias. Las únicas excepciones eran los machetes y las escopetas de cacería, cosa comprensible en un país poblado sobre todo por campesinos. Durante los cuatro años anteriores, la Gran Guerra había impedido a los opositores comprar armas para alzarse: si se las vendían los Aliados, Gómez podía ponerse del lado de los alemanes; si lo hacían estos, Gómez podría apoyar a los Aliados.
Cierto, la intención era impedir la guerra contra Gómez. Pero no hay mal que por bien no venga y ambas cosas, aunadas al hartazgo de la guerra, contribuyeron a hacer de la Venezuela de hoy algo excepcional en el concierto mundial: un país que lleva un siglo sin guerras.
Volver al siglo XIX
Casi un siglo después, se pretende revertir la situación creada en 1919: en Miraflores se quiere que cada civil venezolano tenga un fusil cargado. Es decir, reproducir las condiciones de Venezuela en ese siglo XIX donde prácticamente no se vivió un momento de paz: el nuestro no era un país, sino un campamento.
Días atrás, hablábamos de la coincidencia entre la derecha del partido republicano estadounidense más políticamente reaccionaria, religiosamente intolerante, y militarista; y la derecha que manda hoy en Venezuela, la más políticamente reaccionaria, intolerante en la religión (patriótica: no hay más dios que Bolívar y este sargentón es su profeta) y militarista. Esta última propone lo mismo que la más troglodita asociación norteameri- cana, la National Rifle Association, la cual se opone a la abolición de la funesta enmienda constitucional que permite a cada uno portar un arma casi sin condición alguna. Es decir, que el primer loco venido pueda hacerse de una ametralladora y entrarle a plomo a una escuela, como en efecto.
Qué entiende el sargento
Estas líneas de hoy se inscriben dentro de nuestro propósito de basarnos en el parloteo del Héroe del Museo Militar para escudriñar, fuera de exégetas y sanpablos de pacotilla, qué entiende él por "socialismo del siglo XXI". Antes que nada debería decirse que una de dos: o su insomnio "magnicida" no pasa de ser la obsesión paranoica de una mente enferma; o él tiene la intención de encargarle a los rusos la invención de armas que disparen para un solo lado, cosa de poder emplearlas como escudo permanente sin miedo a que se le volteen como en París, en aquel famoso 14 de julio de 1789.
Que nuestros desocupados lectores nos permitan aquí una pequeña digresión histórica y terminológica: hay casos en que no se debería hablar de magnicidio sino de asnicidio. Estamos pensando en alguien que al parecer tenía las mismas (e imaginarias) obsesiones que el venezolano: el dictador cubano Gerardo Machado; a quien un inteligente opositor suyo, si mal no recordamos el poeta Rubén Martínez Villena, llamó "asno con garras".
Un hombre, un voto
Pero no nos desviemos de nuestro análisis de la palabra presidencial. La democracia siempre ha expresado en todas partes como idea central aquello de "un hombre, un voto". Esa no es, por cierto, una garantía contra los malos gobernantes, como nadie está exento de atrapar una gripe, o unos piojos, una apendicitis o una bronconeumonía. Pero así como se pueden curar (más o menos) esos males, de igual manera la democracia tiene (más o menos) la cura de los suyos en la alternabilidad. Pero el caso es que tenemos en Miraflores a un hombre cuya idea es que a este país no le servirá jamás ningún remedio si no está recetado por él, el Gran Timonel, para decirlo (à la chinoise) en una forma adaptable a quien cada dos por tres está embarcándose a "coger línea" en Cuba.
Mejor dicho, a coger una línea: cómo hacer para durar en su palacio el mismo tiempo que Fidel Castro lleva en el suyo. Y la receta siempre es y siempre será la misma: no permitir jamás una elección libre sino plebiscitos entubados donde al elector se le proponga como alternativa "si o sí".
Así sea por mayoría
Repitámoslo aquí: a este señor no le interesa ganar una elección, así sea por una mayoría aplastante. Como todos los déspotas (o en vías de serlo), no aspira a la unidad sino a la unanimidad; y que ni la muerte lo separe de ella, ya que no le basta con la presidencia vitalicia, sino que su ideal es el Kim Il Sung coreano, a quien, aún hoy, los embajadores van a presentarle sus credenciales no en su palacio sino en su mausoleo. No quiere, pues, ganar una elección, sino hacerle perder a los venezolanos la confianza en el voto. O sea, impedir como sea que les entre el capricho de volverse ciudadanos. Y aquí ya aparece otra faceta de la sociedad que quiere. Es un "socialismo militar"; su modelo de país, su aspiración suprema, es que toda la sociedad que domina se parezca a un cuartel: ordeno y mando.
Que el maestro José Antonio Abreu nos perdone la comparación. Al recibir uno de sus reconocimientos internacionales, dijo que la música servía para hacer, de los hombres, ciudadanos. El Héroe del Museo Militar no quiere hacer de los hombres ciudadanos, sino soldados.
Cuyo modelo no sea sólo el cuartel, sino, por lo que su habitual lengua de germanía anuncia, que seamos, todos, menos soldados de un ejército venezolano, que soldati de una criolla Cosa Nostra.
hemeze@cantv.net

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