El Dictador en su laberinto
“Libertad es cuando el pueblo habla. Democracia es cuando el gobierno escucha”.
Alastair Farrugia.
Como lo evidencia la historia de Alemania bajo Hitler, de Rusia bajo Stalin, de Cuba bajo Castro, de Zimbabue bajo Mugabe, una dictadura es siempre trágica para el grueso de la población pero ofrece ventajas para el grupo de cómplices colocados bajo la sombrilla del poder y, por supuesto, para el dictador.
El grupo genuflexo hace fortunas con rapidez y en total impunidad, fortunas que luego ellos y sus descendientes se encargaran de “sanear”. Si son medianamente hábiles, estos forajidos terminarán como Guzman Blanco, apreciados por la sociedad del país que fue víctima de sus fechorías y hasta llevados en hombros al Panteón Nacional.
Por su parte el dictador obtiene grandes beneficios, al menos en el corto plazo. Si lo que desea es dinero, como Trujillo en República Dominicana o los Duvalier en Haití, se vuelve inmensamente rico. Si lo que desea es poder ilimitado, se convierte en tirano como Idi Amín en Uganda, Castro en Cuba y, ahora, Hugo Chávez en Venezuela.
El poder ilimitado significa responsabilidad ilimitada. Dado que todas las decisiones son tomadas por el dictador el país entero pronto entiende que las consecuencias son su responsabilidad. El decide quienes entran o salen del gobierno, quien recibe cuanto dinero, cuál refinería se construye, cuanto petróleo se le regala a Cuba, cuantos partidos políticos existirán en el país o cuál estación de televisión se va a cerrar.
Lo que hace el entorno genuflexo es tratar de justificar a posteriori sus decisiones. Aunque no son consultados y aun cuando el dictador les grita y humilla cuando tratan de dar sus opiniónes, sus miembros se sienten compelidos a escribir y hablar en defensa de las decisiones del dictador, no importa que las rechazen secretamente.
De José Vicente Rangel a Lina Ron o Earle Herrera; de Nicolás Maduro a Alfredo Toro Hardy o Francisco Arias Cárdenas; de Willian Lara a los hermanos Villegas, el grupo de seguidores del dictador defiende lo indefendible, utilizando argumentos dictados por un grupo de inteligencia y estrategia dirigido por Cubanos, con la enredada colaboración de Alberto Muller Rojas.
El Embajador en USA, Bernardo Alvarez, dice al Congreso de ese país que “cerrar una estación de televisión promueve la democratización de los medios de comunicación”. La señora Ron define a los estudiantes que protestan como “niños ricos y terroristas sifrinos”. Nicolás Maduro amenaza a la OEA con represalias si “interviene” en la situación Venezolana.
El precio que paga nuestro dictador por el abusivo ejercicio de su poder ilimitado es cada vez más alto y se mide en términos de pérdida de apoyo internacional, de pérdida de popularidad dentro del sector poblacional que aún lo sigue, de creciente rechazo del liderazgo político latinoamericano y de la crítica, casi unánime, de los medios mundiales y de las organizaciones internacionales de derechos humanos hacia su manera despótica de actuar y su desdén por la opinión del pueblo.
Cuando el Congreso Brasileño le pide rectificar en el caso de RCTV acusa a sus miembros de ser “cachorros del imperio”. Cuando comenta la Resolución 211 del Congreso Norteamericano contra el cierre de RCTV dice que “se lava el paltó con ella”.
Cuando un medio disiente de sus abusos de poder lo amenaza publicamente con “cerrarlo anticipadamente”. Ese patológico proceso de soberbia lo ha llevado, en su involución, a una fase aguda de desafío a la razón, a encontrarse perdido en un laberinto del cuál ya no puede salir (ver/oir su discurso del Sábado para advertir su estado de desequilibrio).
Es un laberinto de su propia creación, elaborado con materiales provistos por una mente consumida por la irracionalidad: su pródiga actitud con los dineros de la nación y su uso para comprar conciencias, promesas fantasiosas de múltiples obras para países de la región, deseos de re-eleccion indefinida, órdenes de crear un partido único, manipulación de la pobreza de los venezolanos como instrumento de consolidación de su poder político, alineamiento con los regímenes despóticos del planeta y con las organizaciones terroristas y fundamentalistas que siembran muerte en el mundo, salvajes ataques contra las libertades y los derechos humanos de nuestro pueblo.
Estos materiales han servido para construir un laberinto de pobrezas, desconfianzas, odios, mediocridades y corrupción. En su creciente descontrol el dictador advierte que el laberinto no le permite la marcha atrás, que se va cerrando a su paso, obligándolo a seguir en su carrera hacia la locura y el desastre.
El laberinto terminará por asfixiarlo. Cuando ello suceda súcubos y cortesanos desaparecerán como por encanto, magicamente convertidos en demócratas, en gente honesta que siempre trató de disuadir al dictador de sus locuras. Al final de esta historia no habrá otros culpables que no sea el dictador y, quizás, una docena de sus mas allegados colaboradores. La sociedad venezolana tiene la particularidad de olvidar y una incapacidad cromosómica para la indignación.
Quizás esto explique el por qué muchos venezolanos puedan ser felices bajo la bota de un dictador e incapaces, por tanto, de aspirar a la grandeza. Ojalá los científicos descubran pronto la manera de remover ese cromosoma de la sumisión que imposibilita a muchos venezolanos ser ciudadanos, que los reduce a miembros de una masa amorfa y resignada que hace colas humillantes para recibir las limosnas del dictador o se toma la champaña de la entrega en sus banquetes.
Afortunadamente los estudiantes venezolanos, con su gallarda actitud, parecen dispuestos a acelerar el fin de nuestra pesadilla.
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